Educación para el bienestar: una vía intercultural
La experiencia de bienestar es una forma de vivir y un ideal que regula nuestros comportamientos de modo pancultural. Esta fenomenología puede ser abordada desde diversos ámbitos, pero en este texto nos abocaremos al educativo, a la denominada «promoción de la salud”. Se propone que los mexicanos, en esta nación pluricultural, contamos con herramientas históricas, interculturales y agroecológicas específicas que pueden ser muy útiles para capacitar a personas y a comunidades en el fomento de su propio bienestar.
Hace unos cuantos siglos, en el Altiplano Central mexicano durante el periodo postclásico, la materia médica de los nahuas prehispánicos se sostenía de una promoción de la salud y de modelos preventivos. Ademas del amplio conocimiento en plantas curativas, existía un saber empírico –basado en ensayo y error–, en cuanto a algunos alimentos que parecían tener imbuidos a deidades en su interior y que al consumirlos fomentaban el estado de equilibrio y evitaban la enfermedad. Los tomates verdes, rojos y amarillos, las tunas y los nopales, los jumiles y los escamoles, el cacao y el huauzontle, el aguacate y la chía, eran prescritos a la población como se evidencia en los textos de Fray Bernardino de Sahagún o del protomédico Francisco Hernández. Su materia médica no era hipocrática-galénica, si no que se trataba de una epistemología basada en su propia cosmovisión. Coincidentemente, hace aproximadamente veinte años, investigadores del CINVESTAV decidieron buscar si dentro de esos alimentos mágicos mesoamericanos, se hallaban sustancias que actualmente –bajo los criterios de la ciencia contemporánea–, podrían considerarse curativos. Los encontraron: licopenos, antocianinas, y varios antioxidantes figuraban dentro de la composición de estos alimentos. Los nutracéticos mexicanos habían sido certificados.
No se trata de caer en anacronismos, y legitimar el conocimiento prehispánico con base en la ciencia contemporánea – de hecho, su validez epistémica y metodológica proviene de su particular marco conceptual–, si no mas bien de mostrar como en este fértil territorio, existe una cultura preventiva-alimentaria que podría tener una continuidad histórica entre conocimientos nahuas y biotecnológicos, la cual está a nuestro alcance en cada mercado o en varias milpas. Concretamente, que la promoción de las experiencias de bienestar pueden promoverse a través del consumo de estos alimentos, que además de acarrear una legitmación de teorías de pueblos originarios, da lugar para pensar en los entornos escolares como medios idóneos para favorecer el aprendizaje de hábitos, de comportamientos saludables y de actividades más sostenibles que puedan perdurar a lo largo de la vida.
De hecho, las instituciones educativas constituyen un importante escenario para la promoción de la salud y la educación sanitaria. En países como el nuestro en el cual las estadísticas de enfermedades crónico-degenerativas –diabetes, hipertensión, cáncer, cardiopatías, síndrome metabólico– no paran de incrementarse, se vuelve casi un imperativo. Necesitamos que los alumnos internalicen las prácticas de auto-cuidado y de auto-conocimiento de su propio cuerpo, qué desarrollen prácticas de bienestar, validadas desde sus propios contextos pluriculturales, que los ayuden a prevenir enfermedades y vivir con mejor calidad de vida. No se niega que recientemente, se ha prestado más atención a las iniciativas de política que integran las actividades de salud en los programas escolares, pero quizás se debe ser mas enfático y no solo impartir asignaturas específicas en promoción de la salud, si no contenidos que corran transversales en todos los niveles.
Una de las razones por las cuales México ha sido de los países mas afectados por la pandemia, se relaciona con la mínima cultura preventiva y sanitaria en la que vivimos. La educación intercultural tiene una gran capacidad transformadora y puede enfocarse a la resolución de problemas concretos. La construcción de proyectos éticos, epistémicos y políticos que posibiliten, de manera colectiva, prácticas educativas, donde aprendamos a nutrirnos en resonancia con los alimentos que brinda nuestro ecosistema y las estaciones, así como a reconocer la sabiduría centenaria de nuestros antepasados prehispánicos, parece ser un camino adecuado para vivir mas experiencias de bienestar, y menos experiencias de dolor y padecer.
Esta investigación acaba de ser publicada en la Revista Colombiana de Salud Pública, los invito a leerla y a que reflexionemos juntos al respecto de una educación intercultural para el bienestar.
(http://www.scielo.org.co/pdf/rsap/v22n3/0124-0064-rsap-22-03-e287216.pdf)
Ximena A. González Grandón